
El Maleh: Soy marroquà judÃo
Entrevista de Driss Ksikes con Edmon Amran El Maleh para Tel Quel.
A pesar de haber sido dirigente del partido comunista hasta su dimisión en 1959, militante perseguido hasta su marcha a Francia en 1965, antisionista notorio desde el éxodo de los judÃos marroquÃes hacia Israel orquestado en 1967, periodista y crÃtico literario de Le Monde desde 1974, amigo de artistas y fino conocedor de las artes plásticas marroquÃes, escritor y novelista, comparado, desde la publicación de Recorrido inmóvil en 1980, con Joyce, Edmond Amran El Maleh sigue siendo poco conocido.
Edmond A. El Maleh: Soy marroquà judÃo
—Usted dice: “Yo no soy un judÃo marroquÃ, sino un marroquà judÃo”. Por un lado, esa ecuación muestra que usted está más ligado a su ser marroquà que a su ser judÃo. Y, por otro, “el drama del último judÃo”, tema recurrente en su literatura, muestra que el éxodo de los judÃos marroquÃes a Israel en 1967, le ha marcado terriblemente. ¿Cómo explica usted esta paradoja?
—En primer lugar, me gustarÃa dejar clara mi actitud. Estoy en contra del judeo-centrismo, cuyas desagradables consecuencias comienzan a verse ahora. De modo que yo no hablo desde una convicción o punto de vista judÃo. Y, cuando hablo de una posición marroquÃ, nada tiene que ver con el nacionalismo. No hay en ello una intención polÃtica, tan solo una adhesión a la realidad de mi paÃs. No me reconozco en esos judÃos que han escrito, desde fuera, para alegar que han vivido en Marruecos como un “cuerpo extraño” y que en un momento dado han sido expulsados. Este tipo de análisis lejos de ser esquemático es muy frecuente, se emparienta a un total desconocimiento de la historia de Marruecos, de lo que quiere decir ser judÃo en Marruecos y de las trágicas consecuencias de su éxodo. No saben que es “una herida profunda”. Cuando dije esto en un coloquio sobre minorÃas nacionales, una historiadora de renombre me replicó en tono irónico “La herida va a cicatrizarse”. Como si no fuera tan grave. Tampoco me reconozco en quienes defienden el ser marroquà de los judÃos evocando la famosa “tolerancia” de la que dan prueba el islam ilustrado y el judaÃsmo condescendiente, al margen de algunos episodios oscuros y persecuciones, como por ejemplo bajo los almohades. He tratado de evitar la ideologÃa y los estereotipos, y relatar, una vez que se produjo esa salida masiva, la vida de los judÃos, cómo vivieron, con todas las insuficiencias que eso conlleva, en Mil años, un dÃa, y más adelante en El regreso de Abu Alhaki. En ambas, constato que judÃos y musulmanes han compartido, para bien o para mal, el mismo destino, la misma lengua, el árabe o el bereber, y un imaginario, todo lo que compone la vida de un hombre. Suele evocarse el dhimmi* para minimizar esa cohabitación. Se olvida que se trata de un estatuto de protección, no de dominación. Y que la independencia hizo ciudadanos a los judÃos —una revolución de la que nadie habla—, que dejaron de ser para siempre unos protegidos. Además, se oculta la cantidad de cabalistas que existieron aquÃ. Lo que más me choca es la inmensa libertad con la que los judÃos desarrollaron su búsqueda espiritual en este paÃs.
—Si usted no hubiera sido antisionista, ¿habrÃa tratado esta cuestión con la misma intensidad? ¿HabrÃa escrito que a esos judÃos los habÃan extirpado de su tierra marroquà unas “rapaces” al servicio de Israel?
—El sionismo es el responsable máximo de esta ruptura. Trato de no insistir sobre ese punto para no hacer un discurso ideológico, pero, en el fondo, el sionismo ha intentado liquidar a la vez al pueblo palestino en su tierra y, con una lógica incontestable, destruir las comunidades judÃas del mundo árabe. Tras producirse el éxodo de los judÃos marroquÃes, orquestado en 1967, yo no tenÃa un proyecto polÃtico previo que mi escritura se encargara de ilustrar. Pero cuando la revista Les Temps Modernes publicó un número sobre los judÃos marroquÃes, y leà lo que mantenÃan algunos autores, como Albert Memmi, sobre los judÃos sefardÃes en el mundo árabe y las amalgamas que hacÃan, mi reacción fue escribir para rebelarme contra la manipulación de la historia y la visión ideológica engañosa que desarrollaban. A partir de ahÃ, sentà la necesidad de defender cierta libertad de ser judÃo en armonÃa con el arraigo en mi paÃs. Comencé escribiendo artÃculos abiertamente polÃticos en la Revista de Estudios Palestinos. Luego, llegó la conmoción de la invasión del Libano en 1982. En caliente, el deseo y la voluntad de romper el discurso ideológico y polÃtico desencadenó lo que llamo un procedimiento de escritura-memoria, a través del cual unas imágenes arcaicas, básicas, evocan tanto un precioso cofre de tuya sostenido por un judÃo marroquà como a un niño quemado por el napalm en el LÃbano. Por ello me acusan de desear la destrucción de Israel. Incluso una editora me dijo: “¿Por qué le lastra a usted tanto el problema palestino?”. Al ver que mi texto [Mil años, un dÃa] no carecÃa de interés, añadió: “bien podrÃa haberse limitado a escribir una historia de un joven judÃo marroquÔ.
 —¿Y también fue el antisionismo lo que le hizo aproximarse a Jean Genet, quien buscó dar visibilidad a la cuestión palestino?
—A Genet lo conocà en ParÃs. Primero fue Sabra y Chatila y luego El cautivo enamorado. Y lo que encontré en él es la confirmación de que, por medio de la creación literaria, se puede alcanzar una cierta verdad humana. Lo que hizo más profunda la afinidad entre ambos.
—En una vida anterior, usted fue dirigente del partido comunista. Sin embargo, apenas se ha inspirado usted en ese periodo para evocar en Recorrido inmóvil lo que sucedió en 1965. ¿Por qué no ha escrito nunca sobre su experiencia polÃtica?
—Aún a riesgo de sorprender a más de uno, puedo afirmarle que no soy un hombre polÃtico ni nunca lo he sido. Puede parecer paradójico, conociendo mi compromiso. Pero cuando me afilié al PC, en 1945, en Casablanca, donde vivÃa mi familia, existÃa un ideal. Germinó en mà el deseo de independencia, de libertad. En la práctica, nuestra acción transcendÃa lo real. Soñábamos con una humanidad nueva, con el fervor de la fraternidad. Y todo mi recorrido estuvo determinado por mi condición de joven judÃo, de familia burguesa, sumergido en el corazón del pueblo. De un dÃa para otro, me vi compartiendo la vida de los jornaleros del campo y los estibadores. Gracias a ellos, descubrà el marroquà que llevo en mÃ, compartiendo la harira con la gente, viviendo en los aduares, etc. Todo eso me metamorfoseó. De ese capital inestimable extraigo un enorme orgullo, y me ha quedado una admiración, un apego al pueblo marroquÃ, mientras que siga existiendo esa noción y no se reduzca a la nada por la de “masas populares”. Al principio, allá por los años 80, quise salvaguardar esa experiencia e intenté escribir sobre mi recorrido propiamente polÃtico, comunista. Incluso comencé un libro que titularÃa “El gemelo del recorrido inmóvil “. Pero renuncié a ello. Porque, al volver sobre mi experiencia, sacarÃa a la luz ejemplos negativos. De modo que me orienté hacia la literatura.
—Usted abandonó Marruecos en 1965 y regresó por primera vez en 1975. En ese tiempo, nunca se consideró un exiliado polÃtico. ¿Por qué?
Cuando dimità de mi puesto en el buró polÃtico en 1959, rompà definitivamente con la polÃtica. Mi única intervención que puede considerarse polÃtica es mi relación con Palestina. Me fui en 1965 porque habÃa estado preso, estaba agotado tras 14 años de militancia y era incapaz de permanecer para afrontar nuevas complicaciones. Además, expiraba el contrato de cooperante de Marie-Cécile, mi mujer. De modo que me fui, y mi decisión polÃtica era abandonar la militancia, luego no podÃa valerme de la condición de exiliado. Pero, aunque me instalé en ParÃs, me negué siempre a obtener la nacionalidad francesa. Desde 1975, estuve yendo y viniendo constantemente. La realidad marroquà ha sido siempre el alimento fundamental de mi escritura.
—¿Y el dariya, un condimento indispensable para dar a sus textos literarios una identidad propia?
No hay que olvidar que el árabe es mi lengua materna. Nosotros nunca hablamos el hebreo. Era una lengua muerta hasta el dÃa en que los sionistas decidieron resucitarla. Entre los judÃos marroquÃes hubo una apertura hacia el francés. Asà que, cuando introducÃa el árabe en mis textos, no era en modo alguno como si añadiera especias exóticas. Era consciente de mi condición ambigua, compleja, difÃcil, de estar fuera de mi lengua materna en la escritura. Hoy en dÃa me interesa lo mismo la relación existente entre el árabe clásico y el dialectal, y sobre la apertura que puede producirse hacia el bereber.
Palabras recogidas por Driss Ksikes , en la revista TelQel (20/07/2004)
Traducción de I. Jiménez Morell
* dhimmi: (de dhimma, protección) asà se conocÃa a judÃos y cristianos que vivÃan en Estados musulmanes y cuya presencia era tolerada a cambio del pago de ciertos impuestos y de la aceptación de una posición social inferior [N.T.].