El testamento político de Ramón Fernández Durán
El último libro de Ramón Fernández Durán, el que nos deja como testamento político, es ya un texto de amplio debate entre los movimientos sociales. No en vano plantea cuestiones clave a partir de un valiosísimo ejercicio de política-ficción, de la proyección de los próximos lustros. En este artículo se resaltan algunas de estas cuestiones, al tiempo que se resume el libro.
El último libro de Ramón Fernández Durán, La quiebra del capitalismo global 2000-2030, pretende prepararnos para el comienzo del colapso de la Civilización Industrial. Un colapso que va a llegar como consecuencia de la crisis global y multidimensional que vivimos, caracterizada por el caos sistémico, la ruina ecológica y las guerras por los recursos. El inicio del fin de la energía fósil está en el corazón de esta crisis, que acarreará una ruptura histórica total. La quiebra del capitalismo global en el periodo 2000-2030 es el primer paso del largo colapso de la Civilización Industrial, que seguramente durará dos o tres siglos.
Un momento histórico caracterizado por una ruptura total
Vivimos una situación nunca antes conocida por la humanidad en términos globales: encontrarnos en un planeta saturado, en el Antropoceno [1]. Es decir, un planeta en el que los sumideros y los basureros están crecientemente sobreexplotados pero, especialmente, varios recursos estratégicos se encuentran en una situación límite. El principal ejemplo de saturación de sumideros es el cambio climático, que tendrá, tiene ya, importantísimas implicaciones para las sociedades humanas y para el resto de los seres vivos. En cuanto a los recursos destacan, por encima de todos los demás, el pico de los distintos combustibles fósiles. Todo esto alentado por la crisis de los cuidados en aumento en las sociedades centrales [2].
La historia del capitalismo se ha caracterizado por el consumo creciente y añadido de las distintas fuentes energéticas, como se aprecia en la figura 1. Sin embargo, la llegada del pico del petróleo, al que seguirá a corta distancia el del gas y, a continuación, como muy tarde en 2030, el del carbón [3] (ver figuras 2 y 3), quebrará inevitablemente esta deriva. La conjunción de los tres picos de combustibles fósiles disparará sus precios y cambiará inevitablemente el funcionamiento económico. Ya no van a existir fuentes energéticas baratas, asequibles y con alto poder calorífico en cantidades crecientes, como hasta ahora, y el sistema económico tendrá que vivir con un aporte de energía decreciente [4].
El capitalismo globalizado se sostiene sobre estas fuentes energéticas baratas y abundantes. Sin ellas el comercio mundializado es imposible y el sistema de traspaso de la información a nivel global, también. Es más, sin estas fuentes, el crecimiento económico continuado, sobre el que se basa el capitalismo, no se va a poder sostener [5]. Por ejemplo, sin crecimiento es imposible que se mantenga una economía financiera basada en el crédito, entre otras cosas porque la confianza se derrumbará. Este derrumbe vendrá por la drástica disminución de expectativas de devolución de los créditos, pero también por la imposibilidad de mantener el complejo militar de EE UU con cada vez menos energía disponible, complejo que está en la base de su hegemonía mundial.
Es decir, que el fin del capitalismo global no va a venir solo, sino que llegará en conjunción con el fin de EE UU como potencia hegemónica y la caída definitiva de la burbuja financiera en la que vivimos.
Por todo ello, parece que el elemento clave del fin del capitalismo globalizado no va a ser la contradicción capital-trabajo, sobre la que se han articulado la mayoría de movimientos sociales históricamente, sino los límites ambientales de nuestro planeta. Esto tiene implicaciones estratégicas de profundo calado. Por ejemplo, a lo mejor será necesario tomar elecciones que supongan el menor mal social implicando el mayor beneficio ambiental, poniendo las cuestiones ambientales en un lugar central de nuestra estrategia.
Distintas sociedades humanas ya se han enfrentado a los límites de los recursos de sus territorios.
En todos los casos el final ha sido su colapso y este colapso fue alentado por las elites gobernantes que tomaron decisiones que favorecieron la quiebra. En este momento la situación no es distinta. Buen ejemplo de ello es la apuesta por la tecnología para superar la crisis ambiental. Esta es una decisión errónea que está dilapidando los pocos recursos que nos quedan (energéticos, económicos…) en continuar el ritmo creciente de explotación de la naturaleza, profundizando doblemente con ello en la crisis ambiental. Sin duda este es otro tema central de discusión en los movimientos sociales: nuestro posicionamiento respecto al uso de la tecnología y las falsas salidas tecnoirrealistas.
Sin embargo, el final del capitalismo global no es lo mismo que el final del capitalismo. El escenario futuro más probable pasa por la emergencia de distintos capitalismos regionales que coincidirían con las áreas de influencia de los principales estados del G-20. Estos capitalismos se estructurarían de forma crecientemente despótica, como ya estamos viviendo sin salir de la UE. Además, estas potencias regionales, en un entorno de recursos cada vez más escasos, incrementarán las guerras por ellos.
En este escenario los organismos internacionales como el FMI, la OMC o la ONU irán teniendo cada vez menos sentido y capacidad de acción. De hecho, es algo que ya le está ocurriendo a la OMC. Y esto dibuja nuevas cuestiones para los movimientos sociales que centramos una parte de nuestros esfuerzos en luchar contra organismos como el FMI.
¿Y después del 2030? Posiblemente tendremos dos grandes escenarios que convivirán: uno caracterizado por el colapso caótico, brusco y brutal; el otro por un decrecimiento justo.
En resumen, pasaremos de un siglo XX caracterizado por la expansión y la complejización, a un siglo marcado inevitablemente por la contracción y la simplificación.
Impotencia de los movimientos sociales
El panorama mundial de los movimientos sociales, hasta el año 2030, probablemente esté caracterizado por la incapacidad de crear alternativas reales potentes y de resistir la presión despótica de las elites. Esto se debe, entre otras cosas, a que no existe una estrategia clara ni conjunta de los movimientos, incluyendo los lugares del planeta donde están más fuertes, como
América Latina. Una posible excepción, pero débil para el nivel de agresiones socioambientales que estamos sufriendo, es el movimiento por la justicia ambiental. ¿Tendremos capacidad de alterar esta dinámica y de generar un movimiento realmente fuerte?, ¿cuáles son las estrategias para ello?
En este contexto intervendrán de forma importante las diferencias generacionales. Quienes están naciendo ahora vivirán desde el principio una limitación cada vez mayor de uso de materia y energía. Quienes están ahora al principio de la edad adulta, “la generación más preparada de la historia”, será la que se lleve la mayor bofetada y tendrá que apañárselas partiendo ya de una situación de precariedad creciente. Posiblemente habrá importantes tensiones, que no ayudarán a la movilización, entre la generación que aún disfruta de la época de mayor despilfarro de la historia y la que tiene que apretarse cada vez más el cinturón por culpa, en parte, de las decisiones de sus predecesores/as. Todo ello aderezado de potentes corrientes migratorias y de un aumento de las posiciones patriarcales.
Estamos en una situación revolucionaria sin sujeto revolucionario, sin capacidad siquiera de resistencia real. Esto dibuja la posibilidad del nacimiento, lo que ya es una realidad, de nuevos fascismos que dificulten aún más el desarrollo de movimientos sociales emancipadores.
Ante esto, tendremos que discutir dónde centrar las fuerzas, si en el tejido de semillas alternativas, o en el mantenimiento de los espacios mínimamente democráticos, lo que incluiría discutir la necesidad de la defensa del Estado democrático, con todas las contradicciones que ello conlleva.
Una decisión que será difícil y que, en cualquier caso, necesitará mantener cierto equilibrio entre ambos aspectos, tal vez potenciando la creación de esas semillas de otros mundos.
Dentro de este panorama negro, la situación es especialmente complicada en los espacios centrales del capitalismo global, donde el individualismo ocupa un lugar más central y la crisis ambiental es más profunda. En cambio, los espacios periféricos con menos conexión global serán, son ya, los que más capacidad tienen de articular formatos alternativos.
Por ello, de cara al futuro próximo, el conflicto está servido. Un conflicto para el que no estamos preparad@s, pero que requerirá un aumento de la organización y de la cooperación. Así, en el contexto de debilidad en el que estamos, igual una estrategia interesante sería una resistencia nocturna, en la que solo enfrentemos abiertamente al poder cuando tengamos la suficiente fuerza para ello. Algo así como lo que hicieron l@s zapatistas durante 10 años antes de salir a la luz pública. Pero… ¿cómo hacemos esto?
Nuevas posibilidades
Sin embargo, no todo serán dificultades, los escenarios futuros también abren nuevas oportunidades fruto de la descomposición del capitalismo global.
Una de ellas tiene mucho que ver con este libro de Ramón: es nuestra capacidad de mirar a la cara al futuro. Las sociedades capitalistas, ante la situación de descomposición evidente, viran su mirada al presente o, incluso, al pasado. Quienes tengamos la capacidad de proyección y de asunción de lo que está por venir tendremos ventaja para articular mayorías. Por eso es fundamental contemplar de frente este negro futuro, presente casi, que tenemos.
Relacionado con este aspecto, en la medida en que porcentajes mayores de la sociedad sean capaces de imaginar la catástrofe, la movilización aumentará. Mirar sin edulcoraciones a un futuro muy complicado, motivará a muchas personas a evitar que ocurra.
Por otra parte, la descomposición del capitalismo global traerá asociada una incapacidad creciente de mantener las cotas de privatización que vivimos de espacios, tiempos y recursos. Esto permitirá que se abran camino distintos tipos de socialización que impulsen una reconstrucción social basada en lo colectivo.
En este mismo sentido, en un escenario duro, la supervivencia pasará cada vez más por la capacidad de recuperación del nosotr@s frente al yo, lo que dibuja nuevas oportunidades, pues este es un paso imprescindible para la emergencia de formatos sociales emancipadores.
Para hacer posible todo ello será imprescindible la creación de símbolos nuevos que destronen a los actualmente reinantes (llámense euro o Cristiano Ronaldo). La construcción de estos símbolos deberá tener un fuerte anclaje emocional. Y estos dos aspectos, la creación de símbolos y el manejo emocional, no son precisamente los puntos fuertes de los movimientos sociales.
Por último, de lo que se trata en definitiva es de conseguir la masa crítica para que se produzcan cambios hacia sociedades justas y sostenibles, entendiendo que los cambios sociales suelen venir impulsados por sinergias colectivas a partir de esa masa crítica. El legado político, analítico y, sobre todo humano de Ramón, sin duda es ya un elemento que conforma esos nuevos símbolos que generarán las sinergias que necesitamos.
Notas
[1] Ramón Fernández Durán (2011): El Antropoceno. Virus y Libros en Acción.
[2] Marta Pascual Rodríguez (2009): “Las mujeres, protagonistas de la sostenibilidad”. En VV.AA. Claves del Ecologismo Social, Libros en Acción.
[3] Ver artículo de Carlos Arribas.
[4] Ramón Fernández Durán (2008): El crepúsculo de la era trágica del petróleo. Virus y Libros en Acción.
[5] Luis González Reyes (2009): “Decrecimiento: menos para vivir mejor”. En VV.AA.: Claves del ecologismo social. Libros en Acción.
Luis González Reyes
miembro de Ecologistas en Acción. Revista El Ecologista nº 69