Manifiesto ODEI

En diciembre de 2012 el colectivo ODEI se presentaba en público lanzando el siguiente manifiesto, de enorme calidad e interés para todxs lxs que andamos viviendo entre libros:

(descargar versión en pdf)

 

MANIFIESTO ODEI


 

1.- ¿Dónde estamos?

Estamos en un país que considera la cultura como un «bien improductivo». «Con la cultura no se come», dijo un ministro de la Republica no hace mucho. Inútiles, quizá dañinas, las inversiones culturales, pústulas de una lógica estatal en vía de extinción. Quien juguetea con la cultura es que tiene tiempo que perder, lo hace por distraerse y tal vez por darse postín. Queden libres las cigarras de solazarse en sus vicios, pero que no vengan a pedir dinero al Estado. El Estado tiene tareas más urgentes: desmantelarse, vender apetitosos trocitos de lo público a los que saben aprovecharse del viento que sopla, repartir las migajas entre los que quedan. Veinte años de berlusconismo han declinado en salsa nacional lo que en otros lugares el neoliberalismo predicaba con fórmulas más autoritarias. Veinte años que no han sino ratificado una lógica de la dejación de la que las inversiones culturales han sido el broche de oro. Fuera las bibliotecas, fuera los fondos para la lírica, fuera la escuela pública, fuera las compañías teatrales, fuera los investigadores de las universidades. Veinte años que han coronado la continuidad de un país cuyo porcentaje del presupuesto estatal para inversiones culturales se sitúa desde siempre entre los del Tercer Mundo.

Nosotros, pequeños editores, vivimos y trabajamos entre estos escombros. Con las bibliotecas municipales, que suplican el «regalo» de fondos con tal de no cerrar. Con las universitarias, que compran una docena de libros cada diez años. Con las nacionales, que los reciben gratis y tardan años en catalogarlos y en poder consultarse.

Trabajamos entre los escombros de una escuela pública agotada, sin recursos ni personal para imaginar entre nosotros, o con otros, nuevas sinergias. Trabajamos con universidades que ya no tienen recursos para la investigación. Universidades en las que los docentes muchas veces deben producir cantidad de textos con mucha erudición pero sin pasión, para cumplir con absurdas modalidades de acceso a las plazas, y esto en menoscabo de la producción de ideas y líneas de pensamiento capaces de ampliar el horizonte del saber y mejorar la sociedad.

Trabajamos recibiendo cientos de currículos cada año, de jóvenes y menos jóvenes, licenciados, doctorados, con master, que se ofrecen como lectores, traductores, colaboradores, gráficos, ilustradores, redactores, todos precarios o parados. Debemos echar una ojeada a miles de textos de autores que aspiran a ser publicados para seleccionar lo que es realmente válido en medio de una masa enorme de páginas, muchas veces mal escritas, de escritores que en muchos casos no leen. Autores que han encontrado tiempo para redactar un libro no publicable, que quizá encontrarán una impresión digital o un editor sin escrúpulos.

Trabajamos en una interfaz: una lengua, unas ideas, unas estructuras de pensamiento, unas imágenes y sus autores por un lado; papel, tinta, puntos de venta, almacenes, camiones circulantes y menos árboles, por el otro.

Trabajamos entre lo material y lo inmaterial. Traducimos lo primero en lo segundo. Damos una forma tangible, un peso, una materia, a los cuentos, los dialectos, las notas musicales, los monstruos verdaderos o imaginarios, las relecturas de Cartesio y los mapas estelares.

Nuestro trabajo es un observatorio sobre el saber, la gramática italiana, la hibridación lingüística, el presente en que vivimos. Y con nuestro trabajo, cambiando un adjetivo, corrigiendo una errata o dejando que persista, prefiriendo un subjuntivo u otra puntuación, tomamos una posición. Y desde esta posición miramos las ruinas de las que está hecha la cultura en nuestro país.

Nuestro trabajo no se hace en el vacío neumático, dentro de un aséptico despacho o en una torre de marfil. Nuestro trabajo se hace junto con los que han aprendido un idioma extranjero y quieren traducirlo, los que han terminado los estudios y buscan un trabajo, quienes leen los libros y quisieran venderlos o quienes los venden y nunca leyeron ni medio. Se hace en los márgenes de las instituciones de la formación, publicas y privadas, de los cursos profesionales, de los recorridos del saber y el conocimiento, ya sean visibles o sumergidos.

[…]

Hablar de todo esto, de conocimiento, formación, circulación del saber, de bienes comunes, significa hablar de libros, de todo lo que rodea, que está dentro y al lado del mundo del libro. Que lo rodea y atraviesa en más puntos.

[…]

Entender dónde estamos, en qué país vivimos, es imprescindible para cualquier reflexión sobre el estado de la edición, independiente o no.

Y es un grupo de editores independientes el que quiere empezar esta

reflexión. Un grupo de editores que asisten a la matanza de las librerías históricas, a la continua erosión de sus condiciones de supervivencia, al desvanecerse de un terreno cultural sobre el que construir algo sólido, o, al menos, imaginar un futuro. Cuando intentamos entender quiénes son los lectores, qué leen y por qué, no formulamos una pregunta de marketing para interpretar mejor los gustos del usuario/consumidor, sino que intentamos comprender qué es la cultura, la lengua, la forma de vida de quienes todavía conservan la extraña costumbre de esforzar la retina sobre líneas de texto.

Esta extraña profesión nuestra nos pone en el cruce de las distintas formas de usar y considerar un libro: entre quienes lo leen en el metro, quienes lo coleccionan, quienes lo colocan en una estantería como una bolsa de chuches, quienes lo exponen como una joya, quienes lo roban; quien lo transporta en cajas, quien lo escribe, quien lo almacena, quien lo traduce a otro idioma, quien lo estudia, quien lo imprime, quien lo promociona, quien nos lo pide gratis desde la cárcel, quien lo vende con descuento, quien lo recicla, quien lo reseña, quien lo transforma en una serie de televisión, quien lo usa como un escudo, quien le quita el polvo en una biblioteca. Diferentes usos, todos legítimos, pero no equivalentes, en el quehacer cotidiano, de modo que no nos limitamos a preguntarnos qué ha cambiado en el mundo en que vivimos y trabajamos, si puede ser lo mismo comprar un libro en un supermercado o en una librería de barrio. Bien lo saben los campesinos, producir para un supermercado no es lo mismo que producir para una tienda. No tenemos juicios que dar, listados de buenos libros, de buenos editores o buenos libreros. No pontificamos para moralizar, para decir que Epicuro es mejor que Dan Brown y que la poesía vale más que un thriller. Esto pertenece a la elección de cada uno, editor, librero, lector, pero queremos intentar formular un pensamiento común sobre lo que le pasa hoy al libro y a su cadena de suministro, de la que nosotros somos una parte importante. Y a esta parte se le está hundiendo el suelo bajo los pies.

Nos hemos reunido en una asociación informal no para fomentar un premio literario que valide los «correctos» ni para organizar un festival de la academia de los eternos excluidos, sino para entender porque decenas y decenas de editoriales independientes, pequeñísimas, pequeñas y medianas, comparten la percepción de que algo gordo y que hay que tratar con cautela, se está moviendo dentro del mundo del libro. Una gran y quizá no demasiado lenta transformación que atañe tanto a las dinámicas internas de la cadena del libro – quien lo produce, quien lo distribuye, quien lo vende – como a las que la atraviesan, procediendo de lugares en que el libro ha sido un objeto privilegiado. Reflexionar sobre la transformación del libro a partir de la crisis quiere decir pensar la transformación, y quizá también la crisis, de esos lugares que en el Novecientos se sustentaron en el libro, valorizándolo y haciéndolo el elemento central. Significa también imaginar nuevas condiciones, puede que también nuevas alianzas, para idear, hacer, promocionar, poner en circulación e incluso vender libros. A lo mejor, pensando en otros lugares del libro y para el libro, y, en cualquier caso, para nuestros libros.

 

2.- ¿Quiénes somos?

Somos un grupo de editores independientes, con dimensiones, catálogos, facturaciones, marcos e intereses distintos. Ninguno de nosotros forma parte de un grupo editorial, nadie tiene una posición de monopolio en el mercado, ni dentro de la cadena de suministro del libro ni de las librerías. Nadie tiene en su editorial participaciones societarias de sujetos que tengan posiciones de monopolio, ni participaciones societarias de distribuidores o de cadenas de librerías.

Somos editores «afines», lo cual significa que no somos iguales y, justamente por esto, cuidamos las diferencias y singularidades. Las diferencias y la absoluta singularidad de cada uno de nuestros catálogos representan para todos nosotros una riqueza y forman parte de la riqueza de la propuesta cultural existente hoy en nuestro país.

Trabajamos en la precariedad, en la auto-explotación, en la deuda. Casi siempre con recursos escasos y casi siempre sin ninguna contribución pública, sin ayudas, sin fondos para la cultura. Sin préstamos y sin contribuciones. No tenemos desgravaciones fiscales. En nuestro trabajo editorial hemos invertido recursos (humanos y económicos), hemos encontrado autores y temas, propuesto y reinventado géneros e idiomas, cada uno arriesgando una propia propuesta cultural dentro de la cadena del libro. Más o menos, todos hemos pagado tipógrafos, transportes, alquileres, seguros, leasing, software, derechos de autor, asesores fiscales, IVA y otros impuestos… contribuyendo también al PIL de este país: a su riqueza mesurable, y también a aquella no mesurable.

En estos años la cadena del libro, de su distribución y venta, ha cambiado profundamente. Hemos asistido a la muerte de las librerías independientes: algunas han cerrado, otras han quebrado, y otras han entrado a formar parte de los circuitos las cadenas de librerías o se han transformado en franquicia, abdicando de su independencia. Los libros han entrado en los centros comerciales, los supermercados, los aeropuertos y estaciones de servicios. Y las librerías han empezado a vender café, vino, queso, jamón, además de agendas, lápices y bolas de Navidad.

Hemos sido testigos de compras y fusiones: grupos editoriales que compran otras marcas editoriales, que adquieren distribuidoras  y puntos de venta. Nos encontramos dentro de un mercado en el que la concentración y el control de toda la cadena del libro —desde el sello editorial al punto de venta— son una realidad consolidada y en continua expansión. También nos encontramos dentro de una «crisis» económica general que, al contrario que en otros países europeos, no tiene recaídas positivas sobre los bienes culturales y hace agonizar al libro en cuanto tal, aun cuando esté pensado explícitamente para un público de masas y es vehiculado por un sujeto editorial capaz de controlar toda la cadena.

Finalmente, estamos asistiendo a una revolución tecnológica sin precedentes desde la época de Gutenberg: lo digital, como soporte y vehículo para la promoción y difusión de los e-book es una realidad con una elevada tasa de crecimiento. Un mercado que tiende a proponer fenómenos de homologación de la propuesta editorial y de concentración análogos a aquellos del mercado del libro en papel. Y que ve la entrada en juego de colosos extranjeros, como Google, con su proyecto de digitalización de los textos, y Amazon, con su política de carrera a la rebaja de los precios del libro.

Frente a estos fenómenos, que interpelan tanto el sentido como la práctica de nuestro trabajo de editores, creemos legítimo formular algunas preguntas: ¿estamos ante un mercado tan «libre», gobernado por la mano invisible de las duras leyes de la  oferta y la demanda? ¿Los distintos sujetos que habitan este mercado se mueven todos con los mismos medios, tan solo supeditados al criterio del gusto del consumidor? ¿Sobre el resultado final de las ventas de un libro es del todo irrelevante que un grupo, o un sello editorial, sea propietario de la distribución y de una parte considerable de los puntos de venta? ¿Y, dentro de estas mismas cadenas de librerías, cuál es el criterio que asigna espacio y visibilidad a algunos sellos editoriales, negando o limitandolos a muchos otros?

Ninguna ley regula los porcentajes de descuento de la distribución y la promoción, ni los porcentajes de descuento que las librerías reivindican y en muchos casos consiguen imponer. La concentración ha vuelto bastante asimétrica una relación contractual que contempla, de una parte, a nosotros los editores independientes y, de la otra, una o más redes de librerías que pueden dictar las condiciones de acceso al mercado. Con un acceso al mercado de hecho monopolizado por los circuitos de las cadenas de librerías, nos encontramos en la imposibilidad de negociar cualquier condición económica. Hoy no conseguimos acordar ninguna condición inherente a los porcentajes de las librerías, la cantidad de libros gratis y los vencimientos de los pagos. En estos años el porcentaje del precio fijo del libro cedido a las cadenas de librerías ha subido terriblemente, hasta llegar, para algunos de nosotros, a picos del 63% del precio final retenido por la cadena distribuidor-librería. Con el porcentaje remanente, restados los derechos de autor, debemos hacer frente a todos nuestros gastos, incluida, por supuesto, la impresión. Los plazos de pago de la distribución para nosotros varían desde los 5 a los 12 meses, obligando, de hecho, a los editores a acceder a formas de endeudamiento (privado o con proveedores) o al préstamo bancario.

Sabido es que el tiempo medio de permanencia de las novedades en librería es cada vez más corto y hoy se sitúa entre los 30/40 días. Lo que no se vende, se devuelve. Por primera vez en su historia, el libro se vuelve una mercancía perecedera como el yogur, como los bañadores.

[….]

Haría falta volver a repensar el reparto de los costes aplicados dentro de la cadena distribución-promoción-librería que de momento pesa en su mayor parte sobre las espaldas del editor.

[…]

Posiblemente sea el momento de preguntarnos sobre cómo actuar y comportarnos dentro de una cadena del libro que no valoriza, ni culturalmente ni tampoco económicamente, nuestro trabajo y cuyo desarrollo está quizá abocado a nuestra extinción, al igual que ocurrió con muchísimas librerías independientes. Es el momento de preguntarnos cómo seguir y permitir que exista ese complejo de diferencias que han caracterizado nuestra propuesta cultural en estos años, nuestra bibliodiversidad.

En esto estriba la oposición entre unas editoriales que en la existencia de la diversidad y la variedad ven un bien común que hay que defender, y unas editoriales para las que cada ejemplar vendido corresponde a la ocupación de una cuota de mercado.

 Hemos decidido sustraernos a esta lógica y acabar con la guerra entre pobres.

 

3.- Dicen de nosotros

Sobre las pequeñas y medianas editoriales circulan no pocos tópicos: como suele pasar con los tópicos, muchos son incorrectos. Ya es hora de empezar a modificarlos.

La primera y más extendida acusación que se nos dirige, muchas veces por parte de los mismos operadores del sector, es que «contaminamos el mercado». Uno de los leitmotiv más recurrentes es que la crisis de las librerías en Italia estaría provocada por el exorbitante número de editores y consiguiente número de libros producidos. Demasiados libros para pocos lectores, demasiada oferta para un mercado exiguo (casi la mitad del francés, por ejemplo). Demasiados libros que en su mayoría se venden poco, pero que en librería acaban ocupando un espacio importante y confundiendo a los lectores: las estanterías, ya se sabe, tienen un coste. Es opinión común que, si alguno de nosotros desapareciera, la edición en Italia iría mejor. Nos permitimos no estar de acuerdo.

Ante todo porque es una descripción equivocada de la realidad. Para empezar, desde el 2000 hasta octubre de 2012, el número de editores ha bajado de 3.000 a 2.250 (- 32%): disminuyen los editores que inician la actividad, suben los que la cierran. Si estuviéramos en otro sector, habría bastante alarma, en el nuestro hay hasta quien clama por la selección natural. Bastaría con echar un vistazo a los datos Istat para darse cuenta de que, de los casi 60.000 libros producidos cada año (dato que casi no ha varido desde hace una década), los editores pequeños y medianos como mucho producen el 20%. Es decir, mucho más de las dos terceras partes de la producción editorial italiana procede de los grandes editores. Lo cual casi siempre significa grupos editoriales. Pues resulta paradójico argumentar que con pocos centenares de pequeños editores menos, el libro y su mercado gozarían de mejor salud. Nosotros, que en este mercado estamos cada vez más en los márgenes, nos encontramos frente a una lógica de «defensa de la estantería», una lógica que responde a criterios bien distintos de aquellos del bienestar del lector. Sabemos que vender algún ejemplar de un libro nuestro para un librero puede ser en proporción menos interesante económicamente que vender diez de los apilados frente al mostrador. Sabemos que pocos libros hacen la mayor parte de las ventas y que muchos la mayor parte de los gastos. Igual que sabemos que reduciendo la tijera entre superficie de exposición y libros vendidos, se garantiza cierta rentabilidad de las cuentas, incluso en personal, que puede tener la misma formación que aquellos que trabajan en un McDonald, es decir, ser licenciado, pero evitar preguntarse acerca de lo que vende.

[…]

Otro tópico es que pequeño editor no es sinónimo de calidad. Es verdad: pequeño no significa necesariamente bueno. ¿La equivalencia entre pequeño y escasa calidad acaso no responde al intento de minar el terreno a cualquier discurso que intente valorizar experiencias editoriales más o menos situadas «en los márgenes» por parte de los colosos que cuentan y que para delimitar una condición común utilizan el metro de las respetivas dimensiones? Pero cada uno de nosotros ha hecho experiencia de nuevos autores, de innovaciones editoriales, de experimentaciones que luego se han consolidado en las grandes editoriales. No nos hemos reunido para intentar representar una actividad editorial selecta, la retórica de la excelencia no está entre nuestras aspiraciones. Pero sí la crítica, allá donde crítica no significa contestación o demolición, sino condición de posibilidad. Entender cuáles son las condiciones de posibilidad de unas editoriales que no están en grupos editoriales y no poseen cadenas de librerías, que hasta ahora han conservado un espacio de independencia, para sí como para los libreros. Que han garantizado diferencias, «bibliodiversidades», encontrando el favor de algunos lectores y el disfavor de otros, pero que con su presencia han contribuido a despertar curiosidades, alguna duda, ideas en quienes, a pesar de todo, han querido leernos. Cada uno de nosotros está convencido de que hay que defender este espacio de diferencia, de la diferencia de cada uno sumada con las otras, que hay que ampliarlo y hacerlo visible. Por esto formulamos unas propuestas para pensar las condiciones, presentes y futuras, de nuestra posibilidad de existencia.

 

4.- El libro bien común

El libro no es solo un mercado, tampoco para nosotros que por trabajo producimos y vendemos libros. En tanto que herramienta de formación, recurso individual y colectivo, forma de circulación del saber, incluso de diversión, el libro es un bien común. Y nuestros libros queremos que sean bienes comunes y queremos imaginar su futuro a partir de esta pertenencia común. Como editores y promotores de una propuesta cultural, no podemos ignorar y no apoyar los usos públicos del libro. Hay que considerar el libro como un recurso de todos y para todos. El libro entendido como ecosistema complejo, en la variedad de sus formas y articulaciones, sus diversidades bibliográficas y la extensión de los vivientes que lo habitan. Decir bibliodiversidad quiere decir imaginar los sujetos vivos, de carne y hueso, que permiten que esa bibliodiversidad exista: autores, editores, libreros, profesores, bibliotecarios, lectores. Decir bibliodiversidad significa que alguien, en un momento de la cadena del libro, se ha planteado el problema de la existencia y la importancia de la diversidad.

Conservar y hacer crecer un ecosistema hecho de diversos ambientes y sujetos del libro significa también poder ver los puntos de desequilibrio, cuándo una especie prevalece sobre otra o cuándo una práctica pone en tela de juicio la misma existencia de dicha complejidad. Quiere decir imaginar herramientas capaces de adaptación, según situación, que involucren y requieran la participación de todos los sujetos que habitan el ecosistema. Si el libro es un ecosistema y no solo un mercado, denunciar e intentar corregir lo que produce desequilibrio y empobrecimiento, no solo para los editores, es un acto de civilización, de ecología de la inteligencia social.

 

 

HERRAMIENTA 1

Un ecosistema es un todo, no la suma de sus partes o solo algunas de ellas.

Hace falta imaginar una sede común en la que involucrar a los vivientes del ecosistema libro. Una sede común para quienes han hecho de vender libros un trabajo, pero también para aquellos que usan los libros, para quienes los consideran una herramienta disponible. Una sede común para editores y libreros, bibliotecarios y docentes, estudiantes y círculos de lectores, autores y traductores. Un lugar de intercambio y propuesta capaz de ver también la vitalidad del ecosistema libro y no solo su crisis. Que sepa aprovechar esa vitalidad. Que formule iniciativas compartidas y que, en su gestión y representación, no exprese un gobierno técnico, una burocracia ministerial o un lobby del sector. En una palabra, una «institución». Llámense como se quiera: centro, agencia, mesa, coordinadora, banco… Pensamos en una institución en sentido amplio, una institución que también en sus premisas sepa pensar más allá de las lógicas consolidadas del funcionariado estatal o de la presunta capacidad empresarial del sector privado.

 

HERRAMIENTA 2

Un ecosistema está vivo, si está en movimiento

Hace falta movilidad y permeabilidad entre lugares e instituciones, entre bibliotecas y editoriales, universidades, escuelas, librerías, centros de estudio. Favorecer dicha movilidad significa hacer circular competencias, difundir saber técnico y específico, contribuir a crear conocimientos compartidos que favorecen la comprensión de las exigencias de cada actor. La rigidez de los recorridos profesionales y de las carreras, la impermeabilidad entre actores públicos y privados contribuye a producir la crisis del ecosistema.

 

HERRAMIENTA 3

La monocultura no preserva el ecosistema

Si las diferencias tienen un valor para el ecosistema quiere decir que tiene que haber lugares que las hagan existir. No lugares que las preserven (esos son zoológicos). No queremos un ecosistema del libro hecho de reservas naturales o áreas protegidas. Los lugares de la diversidad hay que pensarlos también en función de su utilidad para el todo, contribuyendo a reconstruir las condiciones de su supervivencia. Lejos de nosotros imaginar una cadena del libro asistencial dirigida a editoriales y librerías, pero esto no quiere decir que no haya que pensar en herramientas que permitan, por ejemplo, a las librerías poder elegir qué trabajo cultural ejercer. Alquileres sociales para las pequeñas librerías, para aquellas de la periferia o de barrio, para aquellas en áreas conflictivas; recursos para la compra de fondos-catálogo o grandes obras; ayudas para la creación de catálogos temáticos, fondos para la creación de plataformas de distribución de libros digitales y la homogeneización de los bancos de datos de las librerías son ejemplos de medidas para un centro del libro como el francés. Hay que apoyar a quien elige la bibliodiversidad. Soporte, facilidades, ayudas, recorridos de valorización, un fondo de garantía que facilite el acceso al crédito en condiciones favorables, tanto para las editoriales como para las librerías independientes: todo esto no es asistencia, se trata de las coordenadas para pensar la preservación y la evolución del ecosistema.

 

HERRAMIENTA 4

Contener la voracidad de una especie

Queremos un ecosistema del libro que ponga a quien quiere cultivar la biodiversidad en condición de no sufrir la prevaricación de una sola especie. Si dicha diversidad se expresa en un lugar llamado librería, todas las librerías deben poder tener acceso a todos los libros en las mismas condiciones, independientemente de quien sea el editor, el distribuidor o la propia librería. Favorecer la bibliodiversidad, no solo con palabras, quiere decir imaginar herramientas que limiten el desequilibrio entre quienes pueden imponer precios y condiciones, gracias a un poder de concentración, y quienes no tienen otra elección que aceptarlos. Y esto vale para las condiciones del distribuidor de cara al editor, como para las condiciones que un grupo puede imponer a una librería. Hay que abrir un debate con las librerías independientes que quieren existir sin tener que elegir entre cerrar o volverse un sujeto en franquicia al servicio de los grandes grupos; vigilar sobre las concentraciones en la cadena del libro a través de la institución de una verdadera authority que pueda expresar opiniones vinculantes sobre operaciones de adquisición que pueden dar lugar a evidentes conflictos de intereses que minan de hecho la libre competencia entre editoriales. La concentración crea desequilibrios en el ecosistema y favorece la voracidad de algunas especies.

 

HERRAMIENTA 5

Favorecer la expansión del ecosistema

Hay que favorecer la expansión del ecosistema libro. Multiplicar los lugares de lectura significa valorizar aquellos lugares que contribuyen a promocionar esta práctica cuando su misión prioritaria es otra. Todas las investigaciones de las últimas décadas están de acuerdo sobre el hecho de que la lectura es ante todo una costumbre. Sostener y dar visibilidad a aquellos lugares que predisponen este habitus (ya se trate de cafés o círculos de lectura, teatros o asociaciones culturales) quiere decir consolidar y ampliar el cauce de los lectores, de todos los lectores. En este sentido, la creación de librerías y bibliotecas «extemporáneas», de ZTL, «zonas temporalmente libreras», puede favorecer la difusión de esta práctica fuera de los ambientes que la promocionan. Todas las investigaciones testifican que quien se acostumbra a la lectura tiende a continuar. Ayudar esta práctica quiere decir, también, imaginar canales del libro que sigan recorridos dedicados a docentes, investigadores, estudiantes, a quienes se pueden destinar medidas específicas de detracción e incluso de bonus para la compra.

 

HERRAMIENTA 6

El ecosistema se va al exterior

La pequeña y mediana empresa italiana es incapaz de innovación, según parece. Y las pequeñas y medianas editoriales no es de menos. Entonces, enviadnos al exterior. Hace falta imaginar programas de intercambio para los operadores del sector librero. Si la formación de cada uno de nosotros tiene que ser continuada, si el saber y la innovación ya no están encerrados en la ciudadela universitaria, hay que pensar en programas de intercambio de sector que la favorezcan. Favorecer la movilidad internacional de los operadores culturales del ecosistema libro significa implementar los conocimientos para hacerlo vivir.

 

 

HERRAMIENTA 7

El ecosistema se expresa también en otras formas

El ecosistema libro no tiene una sola forma expresiva. Conservar la variedad significa hacer existir la bibliodiversidad del ecosistema. Algunas formas expresivas están en vía de extinción: la poesía, por ejemplo, casi ha desparecido de las librerías. O las revistas culturales, que, de no ser subvencionadas por universidades y fundaciones, ya no tienen posibilidad de existir. ¿Basta con decir que todo esto es la consecuencia de la selección natural del gusto del lector? ¿Alguien ha calculado el tiempo necesario para acabar también con el teatro, la crítica literaria, la filosofía? ¿Es posible imaginar lugares, también distintos de las librerías que puedan sostener y renovar estas distintas formas expresivas?

 

HERRAMIENTA 8

La economía del ecosistema

El ecosistema del libro es también un sistema económico, con una facturación, unos empleados, unos emprendedores que ganan y otros que se endeudan. Pero el impacto social y cultural de la producción de libros no es el mismo en todos los sectores. Y es la razón por la que este segmento de la producción cultural en otros países aprovecha de regímenes fiscales específicos, cuando no está expresamente sostenido con contribuciones tanto directas como indirectas. ¿Se pueden imaginar, formas de desgravación para quienes compran libros? ¿Una fiscalidad con facilidades para quien los hace? ¿Unas desgravaciones para quien los subvenciona?

 

HERRAMIENTA 9

Un ecosistema tiene que ser transparente

El ecosistema editorial quizá tenga más recursos de financiación de lo que parezca a primera vista. Ciertamente, las bibliotecas, aunque duramente golpeadas por los recortes  y casi siempre con presupuesto ridículos a disposición. Son variadas las contribuciones directas a la publicación procedentes de ayuntamientos, provincias, regiones, departamentos universitarios y fundaciones públicas. Se trata de recursos públicos preciosos que garantizan la supervivencia de sellos editoriales. Recursos indispensables también para garantizar la bibliodiversidad. Pero tendrían que ser los editores quienes se beneficien de dichos recursos, que haya transparencia sobre su utilización y destino: sería una señal fuerte de contratendencia en un país que de la opacidad del uso de los fondos públicos ha hecho un método consolidado.

 

De esto quiere hablar nuestro «observatorio» sobre el mercado editorial, empezando por pocas certezas y muchas preguntas. Un observatorio independiente, nacido por iniciativa de un grupo de editores, cuya lista en orden alfabético adjuntamos abajo:

 

66thand2nd

Ad est dell’equatore

Agenzia X

Aiep

Alegre

Ananke

Argo editrice

Atmosphere

Avverbi

Bfs edizioni

Bibliofabbrica

Bradipolibri

Caissa Italia

Caracò

Cargo

Celid

Colonnese

Cronopio

Del Vecchio editore

DeriveApprodi

:duepunti edizioni

Edizioni Ambiente

Edizioni Bepress

Ediz. Biblioteca dell’Immagine

Edizioni Corsare

Edizioni del Capricorno

Edizioni La Linea

Edizioni Pendragon

Edizioni Spartaco

Effigie

Elèuthera

Emons audiolibri

Espress edizioni

Exòrma

Fefè editore

Felici editore

Fulmino edizioni

Hacca

Historica

Homo Scrivens

Iacobelli editore

Ibis

Italicpequod

L’Ancora del Mediterraneo

La Nuova Frontiera

Las Vegas

Leone editore

Liguori

Magenes

Mandragora

Manni editori

Mattioli 1885

Mesogea

Mimesis

Navarra editore

Nero Press edizioni

No Reply

Nova Delphi Libri

Nuova giuridica

Nuove Edizioni Romane

Nutrimenti

O barra O edizioni

Ombre Corte

Ortica editrice

Perdisa Editore – Airplane

Prìncipi e Princípi

Quodlibet

Salerno editrice

Sandro Teti

Scritturapura

Stampa Alternativa/Nuovi Equilibri

Transeuropa

Viella

Voland

Zandonai editore

Puede encontrar más información en:

http://odei.altervista.org/wp/